La historia de Lizárraga y sus visitas a las antiguas ruinas
incas habría llamado la atención de Hiram Bingham, que se encontraba en la zona
investigando los últimos reductos incas en Vilcabamba. Bingham, muy interesado
en estos rumores, iniciaría la búsqueda de dichas ruinas, llegando a Machu
Picchu en compañía del arrendatario cuzqueño Melchor Arriaga y de un sargento
de la guardia civil peruana, en julio de 1911. Ahí, el historiador
norteamericano encontraría a dos familias, los Recharte y los Álvarez, que se
habían establecido en los andenes del sur de las ruinas. Fue finalmente un niño
de la familia Recharte quien guiaría a Bingham hacia la “zona urbana” de las
ruinas, la cual se encontraba cubierta por una espesa maleza.
De inmediato, Bingham entendió el enorme valor histórico de
las ruinas descubiertas y se comunicó con la Universidad de Yale, la
National Geographic Society y el gobierno peruano, solicitando auspicios para
iniciar con los estudios del sitio arqueológico inca. Los trabajos
arqueológicos se llevaron a cabo desde 1912 hasta 1915. En este periodo, se
logró despejar la maleza que atestaba la ciudadela y se excavaron las tumbas
incas halladas más allá de los muros de la ciudad.
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